jueves, 26 de enero de 2012

Ritmos sagrados


 Una de las características más comunes del “urbanita” es el prescindir en su día a día de los ritmos de la naturaleza; ritmos que le incomodan y a los que mira de forma harto cautelosa cubriéndolos de extrañeza y de sospecha. Sin embargo, todo en la vida, tanto dentro como fuera de los "muros de la ciudad", late bajo el orden natural cuya ley entrópica "nada es eterno" es inviolable, so pena de destruir los fundamentos últimos de la vida misma.

En estas andaba yo por los parajes de La Atalaya y metido en la niebla anticiclónica que ya dura demasiado -pero que dicen los que entienden tiene sus días contados- cuando caí en la cuenta de que dicho ritmo natural, nos asegura el contínuo renacer conque la primavera nos marca cada año, aunque no sin antes haber muerto de alguna manera en tiempos como éste que nos ocupa y por el que respiraba yo esta mañana entre algodones de agua.


Invierno conventual, frío y oscuro que huele a tiempo ido, a olvido y a cenizas enterradas en su enclaustrada atmósfera, semejante a una tumba en donde yace el fuego de los días del estío, páginas que ya sólo existen en los sótanos de la memoria. 
Este es el tiempo por el que navegamos todos ahora y el altar al que debemos rendir el obligado culto. 
Como un largo adagio, la música de la vida escribe en estos días su melodía con un ritmo enlentecido y a veces exasperante, mientras nos adentramos en la oquedad que la niebla esconde tras sus húmedos velos; tal como si de una vuelta al útero materno se tratase.

Ya sólo falta que venga el frío y la nieve, y mayo nos volverá a despertar cual renacidos lázaros en medio de otro paraíso restallante de luz y vida. Así ha ocurrido siempre y así ocurrirá de nuevo, quiero creer en ello....

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